En un lugar cercano a la ciudad de Mérida Yucatán, se dice que vivía una mestiza con un bebé y una perra. Era una mujer muy pobre y sola, sin nadie más en el mundo. Todos los días tenía que caminar a un lejano pozo para llenar sus cántaros.
Un día como cualquier otro, no pudo ir al pozo, pues su bebé no paraba de llorar. Estaba desesperada, todos sus intentos por callar al niño eran en vano. Presa de la angustia, se desquitó con la perra y empezó a gritarle – ¡Lo único que haces es estar echada si tan solo me ayudaras a dormir al niño! ¡pero ni para eso sirves! –, le reclamó al inocente animal.
Después del mal rato la mujer salió enojada de la casa rumbo al pozo, cuando venía de regreso a lo lejos empezó a escuchar una hermosa voz, entre más se acercaba se dio cuenta que la tierna y angelical voz venía de su casa. Al abrir la puerta se quedó congelada, la perra estaba parada en dos patas meciendo al bebé que descansaba en la hamaca y lo arrullaba para que no llorara, mientras le cantaba una dulce canción.
Los cántaros cayeron de sus manos, salía de ellos una cantidad de agua tan abundante que ni en el mismo pozo había visto brotar con tanta intensidad. El lugar se inundó, convirtiéndose en un ojo de agua, donde se dice que cualquiera que entre muere ahogado. Se dice también que en el fondo del agua clara puede verse a la mestiza, el niño y la perra.
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